miércoles, 11 de julio de 2018

EL MAPA IMPOSIBLE - LILIANA BODOC


«Tengo la sensación de que, al momento de escribir, se ponen en juego, no solamente las grandes líneas de nuestras vidas y de nuestro tiempo, sino también las coyunturas emocionales y biológicas del preciso día, de la hora en la que nos sentamos a trabajar. Una mala o una buena noche, un imperceptible malestar físico, una discusión familiar, la víspera de un aniversario; todo está presente en lo que escribimos. Claro que no de manera evidente ni explícita, pero esta alli de una u otra forma.

En lo personal, me divierte reconocer en mis escritos algunas circunstancias personales. Y ver cómo estas influyeron en las palabras elegidas. Y hasta en el final de algún personaje.

En el caso de El mapa imposible se trata de una mudanza. O mejor, de la preparación de una mudanza, con todo lo que eso trae aparejado: sacar cosas guardadas, revisar cajas, encontrar fotografías, decidir entre los que queremos guardar y aquello de los que es conveniente deshacernos por motivos tanto de espacio como de salud mental.



Por eso, El mapa imposible está atravesado, al menos en mi lectura personal, de melancolía. Soy capaz de reconocer, (y esto no debe ser necesariamente compartido con el lector), cientos de signos de mi infancia. Olores, juegos, siestas, raíces... Por eso elegí tener cerca, como referente literario, a Ray Bradbury. Me refiero a aquel Bradbury de "Las doradas manzanas al sol", de El carrusel de las tinieblas. Aquel Bradbury capaz de hacer "ciencia ficción melancólica"; cuando ambas cosas parecen ser opuestas por definición. En El mapa imposible puedo reconocer la presencia de cajas llenas de objetos embalados, y un espacio, más claro con relación al resto de la pared, donde estuvo colgado un cuadro. En El mapa imposible hay una vieja araña que se ve obligada a abandonar su rincón, en busca de sitios más seguros.» Lilian Bodoc

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